DOMINGO
25 DEL AÑO (B)
“ser discípulo es ser humilde”
Liturgia:
Sabiduría 2, 12. 17-20; Santiago 3, 16 – 4,3;
Marcos 9,30-37
Marcos 9,30-37
Introducción:
Con
la lectura del evangelio del domingo pasado y la pregunta que nos hace Jesús a
cada uno en particular, para ustedes ¿quién soy Yo?, llegamos al centro del
Evangelio de Marcos. A partir de este domingo, Jesús deja de hablar de modo
directo a la multitud y habla específicamente a sus discípulos, instruyéndolos
en cómo deben ser para dar continuidad a su obra en el mundo. Dentro de la vida
cristiana no debe existir la disputa entre sus miembros, no existe el “más
grande” con el sentido del mundo, sino que Jesús les enseña que una de las
principales características de aquellos que desean ser discípulos suyos es la humildad.
Prestemos
atención al cuento que sigue y descubramos de él lo que podemos rescatar para
nuestra vida.
Había una vez un canguro que era un
auténtico campeón de las carreras, pero al que el éxito había vuelto vanidoso,
burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño
pingüino, al que su andar lento y torpón impedía siquiera acabar las carreras.
Un día el zorro, el encargado de
organizarlas, publicó en todas partes que su favorito para la siguiente carrera
era el pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aun así el
vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se
intensificaron. Éste no quería participar, pero era costumbre que todos lo
hicieran, así que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro
hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba durante un buen
rato, siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o
resbalando sobre su barriga...
Pero cuando llegaron a la cima, todos
callaron. La cima de la montaña era un cráter que había rellenado un gran lago.
Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es
cruzar hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a
la orilla, pero una vez en el agua, su velocidad era insuperable, y ganó con
una gran diferencia, mientras el canguro apenas consiguió llegar a la otra
orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el pingüino le
esperaba para devolverle las burlas, éste había aprendido de su sufrimiento, y
en lugar de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.
Aquel día todos se divirtieron de lo lindo
jugando en el lago. Pero el que más lo hizo fue el zorro, que con su ingenio
había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.
¿Cuál es la
realidad que nos muestra el cuento?
¿Hay cosas
parecidas entre nosotros? ¿Qué ejemplos podemos dar?
Para
nosotros, ¿qué significa ser humildes?
El
cuento nos muestra una realidad que la vemos a menudo en el mundo actual. De
cierto, podemos tener momentos que nos llenan de orgullo por haberlo hecho o
dicho. El problema es generado cuando el orgullo, esa sensación de placer que
sentimos, toma posesión de nuestra vida y pasamos a pensar que somos los
mejores, que los demás no tienen las mismas capacidades, que los otros no
llegan a nuestros pies. Dios muchas veces actúa como el zorro en nuestra vida y
nos da la posibilidad de darnos cuenta que no somos los más importantes, sino
que la importancia de nuestra vida está en la capacidad de hacernos “pequeños”
para que los “pequeños” puedan descubrir que también son “grandes”.
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