DOMINGO 29 DEL AÑO (B)
“ser discípulo es saber servir”
Liturgia:
Isaías 53, 10-11; Carta a
los Hebreos 4, 14-16;
Marcos 10, 35-45 o 10, 42-45
Marcos 10, 35-45 o 10, 42-45
Introducción
No es difícil entender que Jesús quiere que aprendamos lo mejor
para poder participar del Reino de Dios, como nos enseñaba la liturgia del
domingo pasado, el problema es que somos tercos, de cabeza dura y nos cuesta
aceptar las exigencias que él nos hace. Mientras Jesús nos habla del
desprendimiento todavía estamos con la mirada puesta en ser grandes,
importantes, tener y retener las cosas como garantía del futuro. Como todavía
no entendemos de todo el mensaje del evangelio, y si lo entendemos nos cuesta
ponerlo en práctica, pensamos también en los primeros puestos o qué lugar
ocuparemos en el cielo.
Los discípulos en el episodio de esta semana obrarán así dejando
entender que no comprendieron nada de toda la enseñanza de Jesús, y si la
entendieron todavía siguen con el pensamiento de quién es el más grande y que
dejaron todo para seguirlo y consecuentemente, tienen derechos o pueden elegir
un lugar en el cielo.
Atención: Haremos una división para que el cuento sirva mejor a
los padres y otro a los niños.
CATEQUESIS PARA LOS PADRES
Escuchemos un hecho real y pensemos un poco cómo Dios nos
devuelve el bien y el servicio que hacemos sin pensar en retribuciones.
Una noche de
tormenta, hace ya bastantes años, un matrimonio mayor entró en la recepción de
un pequeño hotel en Filadelfia. Se aproximaron al mostrador y preguntaron:
"¿Puede darnos una habitación?".
El empleado, un hombre atento y de movimientos rápidos, les dijo: "Lo siento de verdad, pero hoy se celebran tres convenciones simultáneas en la ciudad. Todas nuestras habitaciones y las de los demás hoteles cercanos están ocupadas”. El matrimonio manifestó discretamente su agobio, pues era difícil que a esa hora y con ese tiempo tan horroroso pudieran encontrar dónde pasar la noche. El empleado entonces les dijo: "Miren..., no puedo dejarles marchar sin más con este aguacero. Si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me arreglaré con el sillón de la oficina, pues tengo que estar toda la noche pendiente de lo que pase”.
El empleado, un hombre atento y de movimientos rápidos, les dijo: "Lo siento de verdad, pero hoy se celebran tres convenciones simultáneas en la ciudad. Todas nuestras habitaciones y las de los demás hoteles cercanos están ocupadas”. El matrimonio manifestó discretamente su agobio, pues era difícil que a esa hora y con ese tiempo tan horroroso pudieran encontrar dónde pasar la noche. El empleado entonces les dijo: "Miren..., no puedo dejarles marchar sin más con este aguacero. Si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me arreglaré con el sillón de la oficina, pues tengo que estar toda la noche pendiente de lo que pase”.
El matrimonio
rechazó el ofrecimiento, pues les parecía abusar de la cortesía de aquel
hombre. Pero el empleado insistió con cordialidad y finalmente ocuparon su
habitación. A la mañana siguiente, al pagar la estancia, aquel hombre dijo al
empleado: "Usted es el tipo de gerente que yo tendría en mi propio hotel.
Quizás algún día construya uno para devolverle el favor que hoy nos ha
hecho". Él tomó la frase como un cumplido y se despidieron
amistosamente.
Pasados dos años,
recibió una carta de aquel hombre, donde le recordaba la anécdota y le enviaba
un billete de ida y vuelta a New York, con la petición expresa de que por favor
acudiese. Con cierta curiosidad, aceptó el ofrecimiento. Después de un breve
recorrido, el hombre mayor le condujo hasta la esquina de la Quinta Avenida y
la calle 34, señaló un imponente edificio con fachada de piedra rojiza y le
dijo: "Este es el hotel que estoy construyendo para usted". El
empleado le miró con asombro: "¿Es una broma, verdad?". "Puedo
asegurarle que no", le contestó. Así fue como William Waldorf Astor
construyó el Waldorf Astoria original y contrató a su primer gerente, de nombre
George C. Boldt.
Es evidente que Boldt no podía imaginar que su vida estaba
cambiando para siempre cuando tuvo el detalle al atender cortésmente al viejo
Waldorf Astor en aquella noche tormentosa en Filadelfia. Pero lo sucedido es
una muestra de cómo servir a los demás es algo que siempre tiene un buen
retorno, sobre todo cuando uno no lo busca ni lo espera.
La amistad, el amor, la felicidad y el servicio a los demás, son
realidades muy vinculadas. Nadie puede asegurarnos la felicidad, pero lo que a
cada uno corresponde es procurar merecerla. La felicidad es como el premio de
la virtud. Por eso decía Platón que “si el semblante de la virtud pudiera
verse, enamoraría a todos”.
¿Por qué estamos viendo este cuento real en lugar de otro? Porque
en nuestra vida real el servicio desinteresado a los demás ya está pasado de
moda, porque la sociedad nos apunta a las ganancias. Y cuando pensamos en las
cosas de Dios lo pensamos desde esa misma mirada – el domingo pasado Pedro le
decía a Jesús: “Señor, hemos dejado todo para seguirte” – buscando una
recompensa que es el cielo.
El Evangelio de hoy nos hablará justamente de ese tema. Nuestra
capacidad de servicio no es para que pensemos qué puesto tendremos en el cielo,
sino para que nos realicemos a través del servicio.
Escuchemos el evangelio: Marcos 10,
35-45 o 10, 42-45
¿Qué pedido
hacen los discípulos a Jesús? ¿Qué le pediríamos nosotros?
¿Cómo
entendemos la respuesta de Jesús?
LA CATEQUESIS COMPLETA EN DESCARGAS
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