DOMINGO
32 DEL AÑO (B)
“Jesús nos enseña a ser generosos”
Liturgia:
1 Reyes 17, 10-16; Carta a los Hebreos 9, 24-28;
Marcos 12, 38-44
Marcos 12, 38-44
Introducción:
Jesús
y sus discípulos ya están en Jerusalén. Los domingos anteriores Él se dirigía a
esta ciudad y pasando por Jericó se encuentra con el ciego Bartimeo. La semana
pasada el escriba le pregunta sobre el primero de los mandamientos. Jesús se
encuentra en el Templo (con mayúscula), lugar principal de la ciudad, porque es
centro de la economía, de la religión y del poder, siendo así también de la
vida de los judíos.
En
el Templo, Jesús observará cómo cada uno hace su ofrenda a Dios. Unos le
ofrecen lo que les sobran, otros les dan lo que pueden, una viuda le da lo
último que tiene para vivir. A partir de este evangelio Jesús nos invita a
descubrir y a practicar la verdadera generosidad.
(Para
los niños hay un cuento más apropiado en la catequesis para niños)
La
historia que vamos a escuchar pasó hace
muchos años, antes del nacimiento de Jesús. El cuento lo vamos a llamar: “LA
VIUDA DE SAREPTA”. Sarepta es la región de Sidón, donde Jesús también pasó y
sanó al ciego de nacimiento.
Adaptación
del texto 1Reyes 17, 10-16 (Se puede
utilizar el cuento de la catequesis para niños)
Dice la historia que Dios había
ordenado a un joven profeta que fuera a vivir en otro lugar. El joven le
pregunta a Dios: ¿Dónde voy, si mi familia vive en esta región? Dios le
respondió, vete a vivir a Sarepta de Sidón. ¿En Sarepta? Le dijo el joven.
Menos. Nunca pasé por ese lugar, ¿quién me alimentará? Dios le dijo: “ordenaré
a una viuda que te alimente”.
- No, Señor, replicó el joven
profeta. ¿Cómo una viuda me alimentará si no tiene para comer?
No te preocupes, le dijo Dios o
¿acaso no crees que soy tu Dios?
Sí, Señor, creo, pero, no es
justo que le saque la comida a una viuda.
No le sacarás la comida, ella te
servirá.
El joven se levantó y partió a
Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad, vio una viuda recogiendo
leña y pensó debe ser esa la viuda que me dijo Dios.
- Señora, le gritó el profeta,
traeme un vaso de agua para beber.
Cuando ella iba por el agua, el
joven le gritó otra vez:
- Traeme también un poco de pan.
Ella le dijo muy apenada: -
Señor, no tengo nada de pan cocido; sólo me queda un puñado de harina en una
vasija y un poco de aceite en una jarra. Precisamente estaba recogiendo un poco
de leña para preparar algo para mi hijo y para mí; lo comeremos y luego
moriremos.
El joven profeta pensó: me
equivoqué, no es esa la viuda; igual le voy a pedir otra y de esta vez usaré el
nombre de Dios. Entonces le dijo:
- No temas, ve a casa y haz lo
que has dicho, pero antes hazme a mí una pequeña porción de pan y traémela.
Para ti y para tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de
Israel: No faltará harina en la vasija ni aceite en la jarra.
Ella, por obediencia, fue e hizo
lo que le había dicho el joven profeta y tuvieron comida para él, para ella y
para toda su familia durante mucho tiempo. Nunca le faltó harina ni aceite,
según la palabra del Señor.
¿Qué
podemos destacar de la historia? ¿En qué momento vemos la confianza de la viuda
en el Señor? ¿Haríamos lo mismo nosotros?
LA CATEQUESIS COMPLETA ESTÁ EN DESCARGAS
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