Por ocasión del Año de la Fe, en las Orientaciones Pastorales para la Iglesia de la Argentina, los Obispos remarcan que la Catequesis, sea de iniciación o permanente, debe estar marcada por el carácter de la creatividad para que la Catequesis se adecue a los desafíos propios del tiempo.
Dentro del Documento CREATIVIDAD Y CATEQUESIS (NDC), que hace un recorrido desde los aportes de las corrientes de psicología hasta los rasgos de la personalidad de una persona creativa, se encuentra el punto III que habla justamente de esta característica de la catequesis: el signo creativo.
1. LA FE ES UN ACTO CREADOR. La catequesis se abre camino hoy entre alternativas de fidelidad y de creatividad. La educación de la fe se encuentra en medio de tendencias contrapuestas, de métodos, de agrupaciones de distinto signo, de formas conservadoras y liberadoras de expresividad celebrativa. El catequista quiere ser persona de fe, pero profundamente arraigado en la vida, capaz de dar sentido a su historia y de crear a su derredor el clima más apto para comunicar su fe a otros: clima de libertad y creatividad.
Dicha educación no puede darse sino en la realidad que se vive. Esa realidad, trascendida por la creación simbólica de que es capaz toda persona y toda comunidad. En la expresión simbólica es donde ponemos de manifiesto la vibración de la fe, donde le damos su extensión comunitaria y donde encontramos –como respuesta–la continua configuración de la misma. La Palabra la recreamos; creamos el símbolo; creamos el estilo de nuestra fe en lo que tiene de respuesta a la acción de Dios como don; creamos al otro Jesús que somos nosotros, por identificación con el Jesús Señor de la historia. «De él hemos aprendido que el hombre ha nacido creador», en expresión de Roger Garaudy.
El atributo principal del cristiano –como del hombre– es su propia capacidad creadora; por eso la catequesis respeta ese don y trata de activarlo en respuesta a sus mensajes. «Se trata, dirá J. P. Bagot, de permitir a los cristianos, niños, adolescentes o adultos, inventar la manera como su vida cristiana, su testimonio de fe y su palabra puedan dar sentido a una situación humana, haciendo, por esto mismo, nacer la Iglesia».
2. EL CATEQUISTA ESTÁ DOTADO DEL CARISMA DE MAESTRO. Una de las afirmaciones básicas de nuestra Conferencia episcopal relativa al catequista es esta: «El catequista, dotado del carisma de maestro, aparece como el educador básico de la fe»; su tarea propia del ministerio catequístico consiste en: 1) iniciar orgánicamente en el conocimiento del misterio de Cristo, con toda su profunda significación para la vida del hombre; 2) introducir en el estilo de vida del evangelio «que no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las bienaventuranzas» (CT 29); 3) iniciar en la experiencia religiosa genuina, en la oración y en la vida litúrgica; 4) introducir en el compromiso evangelizador, tanto en su dimensión eclesial como social.
Con estos presupuestos podemos afirmar que la condición de maestro hace al catequista partícipe de responsabilidad didáctica que, al igual que toda didáctica, obliga a optar por un estilo peculiar. Sin hacer divisiones excluyentes, la opción catequética es kerigmática (propuesta de contenidos, tradiciones, coherencia teológica) y es experiencial (con mayores márgenes de interpretación, intuición, menor lógica aparente). El equilibrio pide la síntesis de ambas opciones en el respeto a la doctrina y en la cálida relación personalizadora con la experiencia.
De ahí la consideración de dos tipos de actividades complementarias: 1) cuidado del contenido como un todo orgánico; presencia de lo nuclear de la fe en el Dios de Jesús; demanda de respuesta personal al amor de Dios; correspondencia entre la fe y la vida; 2) enfoque personal en las respuestas; márgenes de tolerancia a la ambigüedad y ametodismo; base en la actividad y los recursos personales; actividades expresivas de significados de experiencia; expresión total de la fe en lo celebrativo; interiorización orientada a la acción comprometida.
3. Los MOMENTOS METODOLÓGICOS DE LA CATEQUESIS CREATIVA. Los criterios ya expuestos nos piden la estructuración metodológica en forma de pasos o momentos del acto catequético. De la definición de creatividad como «aptitud especial para reorganizar los elementos de percepción según nuevas relaciones elaboradas por la propia individualidad», extraigo su implicación catequética: «aptitud de los catequizandos para reorganizar los datos de percepción, de experiencia y de revelación según nuevas relaciones y situaciones de respuesta a toda llamada que les concierne personalmente».
Esta capacidad de reorganización y reestructuración puede ponerse de manifiesto en cuatro sectores de creatividad: 1) sector imaginativo, donde la creatividad e imaginación dan espacialidad y referencia personal tanto a las experiencias como a los mensajes; 2) sector cognitivo, por el que se formulan los contenidos básicos según los niveles de comprensión y de expresividad, contando siempre con la mediación del catequista que asegura la interpretación correcta; 3) sector operativo, que abarca las actividades en las que se produce el encuentro entre los mensajes, la Palabra, la experiencia y los significados aprehendidos por la persona del catequizando. Las modalidades —verbal, gráfica, dinámica— son formas de simbolización por las que circula el sentido entre la fe y la vida; 4) sector vivencial, o experiencia más o menos profunda por la que se llega a la nueva estructura que crea todo acto de expansión de la conciencia.
Los momentos del método creativo, respetando los ya tradicionales de una catequesis actualizada, aportan matices de especial interés: 1) Momento de la experiencia. El catequista centra la atención sobre la vida y la historia de los catecúmenos: hechos, datos, reacciones, fluir de lo emocional y lo sensitivo, tomar conciencia de lo que pasa, juegos, canciones... todo ello en un clima de libertad y fluencia creativa. 2) Profundización de la experiencia. Los datos de percepción han de llegar a la conciencia para que constituyan experiencia; reflexión, cuestionamientos, simbolización, llegar a la generalización (¿qué hay de común en los hechos?), relaciones de causa-efecto, comunión y responsabilidad de las personas ante ciertos hechos...; la lectura de la vida es el camino expedito para la lectura de la Palabra con significados profundos. 3) Momento de la Palabra. La catequesis «ha de estar totalmente impregnada» (CT 27) de la palabra de Dios. Una Palabra objetiva, expresada en los textos; subjetiva, por lo que permite «decirnos», y transactiva, pues nos facilita el decirnos mutuamente. 4) Momento de la expresión celebrativa. En catequesis, como en la vida cristiana, la expresión es forma integrante de la maduración de la fe; en ella, contenidos y vivencias se hacen uno por la persona, que es «la forma de expresión, la traducción válida y auténtica del misterio divino» (Von Balthasar). La celebración catequística se centra en los símbolos según este proceso: a) necesidad expresiva (¿qué queremos expresar?); b) signos elegidos (objetos dotados de significación para el grupo); c) simbolización o referencia arquetípica (sentido natural, evocación, sentimientos, significados); d) correspondencia analógica (lugares bíblicos, sentido cristiano, vivencia en la vida de Jesús, oración). 5) Momento del compromiso. Cada hecho catequístico lleva a una transformación de actitudes y comportamientos: sentido de la vida y compromiso social (CC 92), apertura progresiva del cristiano a «las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas» (CT 29). Aquí, las formas de creatividad personal-social son tan variadas como las personas y los grupos.
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Mercaba, desde aquí
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